domingo, 22 de junio de 2014

F.C. Barcelona, jugar es innegociable

En octubre de 1973, los jóvenes de Barcelona se vestían y peinaban como él. Su estilo desenfadado, rebelde y de genio incomprendido las volvía locas. El club de la ciudad estaba sumido en una crisis deportiva, 14 años sin ganar la liga eran demasiados para una entidad que no dejaba de sumar socios. A finales de aquel mes, el F.C. Barcelona ocupaba la penúltima posición de la tabla hasta que llegó él.
Johan Cruyff llegaba del Ajax de Ámsterdam con un Balón de Oro bajo el brazo y avalado por una carrera fuera de lo común. El impulso del holandés fue mayúsculo, y el club consiguió revertir la aciaga situación de principio de temporada para acabar ganando el título gracias a él. Cinco años permaneció en Barcelona, logrando revitalizar a un equipo que había perdido la fe en sí mismo. Antes de abandonar la capital condal como jugador, coincidió con Laureano Ruiz, su penúltimo entrenador, del cual obtuvo la materia prima de lo que en unos años sería el sello de identidad del club.
“El juego actual de ‘tiki-taka, jugadores importantes y títulos nace en la época de Laureano Ruiz”. Así de tajante se mostraba Ramón Moya, exjugador del Barcelona Atlètic y exentrenador del Espanyol. “El trabajo era mucho más vertical hasta entonces, con delantero centro puro y menos rondo, menos toques”, comentaba el ilerdense. Fue ese juego el que llamó la atención a Cruyff, pero no sería hasta un futuro todavía lejano cuando el de Ámsterdam dibujaría su propio estilo a partir de las pinceladas de Laureano Ruiz.
El impulso del Johan Cruyff futbolista, no obstante, solo alcanzó para ganar una Liga en su primer año y una Copa del Rey en el último de los cinco que jugó bajo la sombra del Camp Nou. El juego, tras su paso, fue el de un Barcelona peleón, luchador y aguerrido que no acababa de enganchar a su sufridora y creciente afición. Un equipo de raza, al que le faltaba algo. Eso comentaba Jorge Sastriques, especialista en historia del fútbol y seguidor del F.C. Barcelona desde niño.
Tal y como apuntaba el periodista Emilio Álvaro, “el Barça ‘preCruyff’ tenía un palmarés que no se correspondía con su potencial social y económico. Tenía los recursos, pero le faltaba un plan”. En abril de 1988, la plantilla dijo basta a la presidencia y la dirección del club, como recuerda Sastriques. En el conocido ‘Motín del Hesperia’, los jugadores pidieron públicamente la dimisión del presidente Núñez por su mala gestión y, fruto de ello, se obtuvo el plan que tanto se ansiaba. El mejor de los planes: Johan Cruyff.
Diez años después de su marcha como jugador, el holandés regresaba al club que le vio triunfar en España, a la ciudad que le marcó de por vida. “Cruyff intentó reformular el ‘fútbol total’ que puso en práctica en el Ajax y amoldarlo a las condiciones del Barcelona, un equipo en total depresión” explicaba Jorge Sastriques. “En la temporada 88/89 estuvieron a punto de destituirle, pero el título de Copa del Rey obtenido en Mestalla le salva de ello. Sus dos primeras temporadas no fueron buenas porque hubo un período de adaptación en el que Cruyff comenzó a implantar el estilo y el equipo tardó tiempo en asimilarlo”.
En 1994 les apodaban el ‘Dream Team’. Habían cogido el nombre del legendario equipo de baloncesto que ganó los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92, su ciudad. “La clave del éxito del Barça fue el fútbol intuitivo, lúdico, alejado de todo rigor táctico”, describía Emilio Álvaro. “Cruyff despreciaba la zona y la estrategia, marcaba al hombre. No quería atletas, sino peloteros; pero no jugar para ellos, quería implicarlos a todos, crear una idea coral. Enseñó a ganar a un club perdedor.” Ramón Moya, serio y sereno, también expresaba el mismo pensamiento: “buscaban jugadores que fueran técnicamente buenos, que no perdieran el balón”.
Cuatro Ligas, una Copa del Rey, una Recopa y una Copa de Europa después, el Barcelona tuvo que afrontar otra final continental, esta vez en Atenas. “Fue el declive de la era Cruyff, el equipo llegaba eufórico, estaban todavía celebrando la Liga que habían conseguido pocos días atrás. El Barcelona, posiblemente, cuajara el peor partido de esa época histórica”, se lamentaba Sastriques. El rigor táctico del Milan de Fabio Capello barrió al Barcelona de una final que “estaban seguros que iban a ganar”.
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Sobre el desenlace de esa final, Emilio Álvaro argumentaba que Cruyff supo que el ciclo acabó en Atenas y, actuando en consecuencia, “cortó cabezas, pero se equivocó en la elección de los sustitutos. En su última temporada, dio una vuelta de tuerca y volvió a fallar en los puestos clave, por lo que quedó debilitado y el presidente Núñez se atrevió a destituirlo sin medir lo que su leyenda había generado. Cruyff no era un entrenador más, era un referente”. Con su destitución, el Barcelona entró en una época oscura e irregular, se privó de su esencia y abandonó la excelencia.
Joel Castillo es un joven estudiante de periodismo que sueña con cubrir los partidos de su F.C. Barcelona en un futuro. Nacido en una avanzada época ‘postCruyff’ sus primeros pasos en el barcelonismo no fueron muy prolíficos, y recuerda con nostalgia que “fue una etapa convulsa, donde la regularidad no era el punto fuerte del Barcelona, le costaba ganar partidos”. La llegada de otro holandés al banquillo, Frank Rijkaard, fue el primer paso del retorno a la élite más absoluta, aseveraba Castillo. “El paso al Barcelona de Rijkaard fue un paso adelante, el cambio era necesario. Recuerdo un equipo sólido y un juego bastante aceptable en comparación con el Barcelona actual”.
Es inevitable comparar. Sobre todo en fútbol, donde cualquier época pasada pudo ser mejor, dependiendo del filtro con el que se mire. Gerardo ‘Tata’ Martino llegó al Barcelona de rebote, tras la obligada baja de Tito Vilanova a causa del cáncer. Facciones del Camp Nou se dividen en la defensa o crucifixión de un técnico que ha tenido el infortunio de aterrizar en un mundo nuevo para él que, en ocasiones, le supera en muchos aspectos. El estilo de juego, diferente o similar, no ha acabado de calar, y la comparativa le va haciendo añicos, merecidos o inmerecidos. No obstante, la equiparación no es con Frank Rijkaard, como apuntaba Joel Castillo.
“Pep Guardiola es un hombre que vive el fútbol, está las 24 horas trabajando para hacer lo que él cree en el campo”, “Guardiola fue la mano derecha de Cruyff en el terreno de juego, su equipo combinaba el buen juego con los resultados”, “las dudas sobre Guardiola se disipan el día de su presentación, leyó bien que debía sanear el vestuario”. Ramón Moya, Jorge Sastriques y Emilio Álvaro, respectivamente, coinciden con la gran mayoría del sentir ‘culé’: Johan Cruyff les hizo grandes; Pep Guardiola, eternos.
El juego brillante del Barcelona en la época del técnico de Santpedor hizo que el Camp Nou corroborara que “siempre se puede ganar jugando bien” lo que, según Emilio Álvaro, demanda la afición. El golpe brusco de la salida de Guardiola dejó al equipo nuevamente alicaído, con la misma sensación que tuvieron 16 años atrás tras la marcha de Johan Cruyff. Un año continuista de la mano de Tito Vilanova tuvo que ser cortado de raíz por la enfermedad del que fuera mano derecha de Pep Guardiola. Tras él, llegó Martino.
“La afición ha de entender que es claramente un periodo de transición, donde los jugadores veteranos llevan el peso de la institución. Intuyo un tiempo de autogestión, ‘Tata’ y Bertomeu están de paso”, recalcaba Álvaro, quien siente que el reto del club es evitar una transición traumática y cuenta que a la excelencia solo la obtendrá alguien de la casa, con ‘ADN Barça’. “Para triunfar, hay que volver a los orígenes”, decía Joel Castillo.
El Barcelona no se entiende sin su pasado. Sin Cruyff, sin Rijkaard o sin Guardiola es imposible comprender hoy a Gerardo ‘Tata’ Martino. Es un club ligado a unos principios y unos valores transmitidos años atrás y que otorgaron respeto y grandeza al club. Valorar al Barcelona actual es posible, es necesario. Comprender y empatizar con la afición, entender su sentir, es complicado. Hay que saber de dónde vienes para conocer quién eres. Como dijo Pep Guardiola: “no sabemos cómo acaba, pero todo empieza por la pelota”. Y en el Barcelona, jugar, es innegociable.
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